Cartografías
de la consciencia 2.
Por: Javier Orlando
Muñoz Bastidas.
El psicoanalista francés
Jacques Lacan, en su Seminario 8, realiza una afirmación clara y radical: “En
el principio era el amor”. Pero la afirmación adquiere una importancia superior
cuando se pregunta: ¿En el principio de qué? Podemos plantear algunas
respuestas a esta pregunta: en el principio del análisis de sí mismo, en el
principio de la intersubjetividad o el encuentro afectivo con el otro, en el
principio del lenguaje como experiencia de sanación, y en el principio de la
experiencia de la belleza.
Entonces, la afirmación
inicial debe actualizarse, en cada una de las respuestas: “En el principio del
análisis de sí mismo está el amor”, y así sucesivamente. Pero antes de
reflexionar sobre lo que implica lo anterior, es necesario preguntar por el
“amor” al que se refiere Lacan. La experiencia amorosa o erótica que Lacan
tiene presente es, por supuesto, la de Platón. Es necesario comprender en qué
consiste la experiencia erótica platónica, para comprender también por qué es
el principio o fundamento de la consciencia existencial del individuo.
Platón deja claro, en El
Banquete, que la experiencia amorosa o erótica es lo que hace posible la
creación de la Idea. La comprensión ideal que realiza la inteligencia (nous),
es en sí misma una experiencia erótica. Sólo se ama aquello que se asume y se
comprende desde la idea. Sólo se ama la “idea” del otro o la posibilidad de
comprender en el otro una proyección ideal de la existencia del individuo.
Incluso también podemos afirmar, desde Platón, que el amor es lo que hace
posible el lenguaje. De lo que se ama es de lo único de lo que podemos hablar.
¿Por qué? Porque el lenguaje es la necesidad de la creación de un sentido de
sí, que permite una consciencia de sí y una elevación de sí. El amor es la
fuerza ideal que impulsa hacia lo mejor de nosotros.
Pero desde el psicoanálisis de
Lacan, la pregunta importante y difícil es: ¿qué es lo que hace posible la
experiencia amorosa? ¿qué es lo que puede afectar a un individuo, al punto de
hacerle posible una consciencia de sí? ¿qué es lo que puede tocar y transgredir
al punto de hacer necesario un deseo de lo superior? Para que sea posible una
experiencia amorosa, es necesaria una anulación y una salida de sí. Esto quiere
decir que en el narcisismo no es posible el amor, ni siquiera el amor a sí
mismo. El narcisismo no es un amor a sí mismo, sino un negarse a salir de sí
mismo para que lo otro, lo extraño y lo diferente irrumpa y afecte. El amor es
una anulación de sí en la irrupción de lo diferente, para que una consciencia
de sí superior se pueda crear.
Es por esto que, cuando
Alcibíades irrumpe en el banquete, realiza un ejercicio de transgresión. Él se
encuentra en un estado de arrebatamiento o exaltación afectiva. Y es desde ahí
donde es posible la enunciación del sentido. El enamorado o el amante es aquel
que construye una conciencia de sí, desde la exaltación. Todo amante es un
Alcibíades exaltado, que nombra el sentido del dolor de su amado. Dolor
creador, dolor de lo diferente e importante.
Pero el personaje
complementario de Alcibíades es Diótima, porque después de la anulación de sí
en el arrebato afectivo, se hace posible la experiencia de lo ideal como lo que
fundamenta la existencia. El amor es lo que mueve y hace lo posible la
contemplación de la idea, o la contemplación ideal de la existencia, que
consiste en la consciencia que todo puede evolucionar hacia la afirmación de
una diferencia irrepetible. Lo ideal consiste en comprender que la existencia
es una posibilidad de creación de lo superior. Diótima es la representación del
amante como aquel que ha creado una consciencia superior de sí. La experiencia
amorosa o erótica es una exaltación de sí, pero también una creación de una
individualidad superior.
Por eso es que el en principio
del análisis de sí, está el amor. La necesidad del análisis surge de la
consciencia de una herida profunda y esencial. Se trata de realizar un proceso
de re-construcción del sentido de aquello que ha generado un dolor existencial,
al punto de determinar la acción vital misma del individuo. Se trata de hacer
una cartografía del dolor, en la que se puedan identificar los puntos en los
que el individuo creó una consciencia de sí. Sólo que una consciencia herida de
sí. De eso se trata: de comprender los puntos de dolor en los que la
individualidad está quebrada. La re-construcción del dolor existencial es un
acto de amor, porque anhela que todo pueda ser diferente y mejor. Sin este
anhelo no puede ser posible ningún análisis y ningún proceso de sanación.
De igual modo, en el principio
de la intersubjetividad o del encuentro afectivo con el otro, está el amor. Es
fundamental afirmar que el otro que se ama, no es cualquier otro. Se puede
afirmar que el otro que se ama, es el otro absoluto. El otro que se ama es
aquel que hará posible la creación de una consciencia de sí o, por el
contrario, el que generará la herida fundamental de la existencia. El otro es
lo que nos destruye, y es lo que nos eleva. El problema es cuando lo que se ama
se queda sólo en la herida, pero no por falta de amor sino por falta de
consciencia. Por eso se debe salir al encuentro con el otro, para comprenderlo
y, a partir de ahí, iniciar un proceso de intersubjetividad. Esto es:
comprender juntos. Sólo el amor hace posible el deseo y la necesidad de
comprender con el otro.
De hecho, así se podría
definir conceptualmente el amor: amar es comprender con el otro.
Lo anterior es lo que permite
que en el principio del lenguaje como experiencia de sanación, esté el amor. El
amor consiste en nombrar al otro. Se nombra que aquello que se ama es lo que
está haciendo posible que el individuo tenga una apertura de su consciencia.
Todo nombre es la expresión de una esencialidad. Es por eso que todo análisis
inicia con una crisis del lenguaje, en el que las palabras se deben transgredir
para que empiecen a enunciar lo diferente y lo nuevo. La sanación inicia cuando
se empieza a nombrar de “otro modo” a aquello que se ama.
Entonces no se trata de
cualquier lenguaje. No es cualquier lenguaje el que puede sanar la herida
fundamental de la existencia, sino el lenguaje que pueda nombrar lo esencial.
Aquello en lo que se juega la intersubjetividad, esto es: la apertura hacia una
nueva consciencia.
El nombre que permite sanar,
es el inicio de la experiencia con la belleza. En el principio de la
experiencia de la belleza, está el amor. La concepción de belleza que le
interesa a Lacan, es también la de Platón. La belleza es una expresión de la
verdad. Para Platón no puede haber belleza, sin una experiencia de la verdad.
¿Qué es la verdad? Con Heidegger podemos afirmar que es el estado fundamental
de las fuerzas de lo real. Sólo que la belleza es una realidad que hace posible
la consciencia superior de la individualidad. Sólo así es que la belleza es
sanadora: en tanto el individuo pueda expresar en plenitud sus fuerzas
integrales.
Que en el principio esté el
amor, quiere decir que la individualidad sólo puede ser posible en el
despliegue afectivo de una consciencia superior. El amor es la única fuerza
creadora. La filosofía es un banquete y un rito de los afectos.
Referencia:
Lacan, Jacques (2008). Seminario 8. La transferencia, (trad.
Enrie Berenguer), Editorial Paidós.
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